dilluns, de gener 23, 2006

Me despierto con el sollozo de un niño.
Te busco. Te encuentro. Aún duermes.
- ¿Eres tú quien llora, corazón?
Pero ya no me respondes. Te palpo. No quiero despertarte, pero tampoco quiero que me asustes.
- Dime, ¿eres quien llora?
Me recuesto de nuevo y te abrazo. Ya no te va a pasar nada. Ya no. Ahora yo te protejo, me he atado a tu alrededor y no dejaré que nadie deshaga mis nudos. Son nudos humanos. Son nudos de uñas, de dedos, de manos.
La aurora aflora por la ventana descarada. Es como si quisiera despertarte...
Me respiro y me lleno, en medio del vacío al que me tengo acostumbrada.
Te palpo de nuevo, ¿aún duermes?
Pero el sollozo no cesa y me doy cuenta que aún eres tú, corazón.
No llores.
Te estoy tejiendo un caparazón donde dormir. Luego lo cubriré con un poco de tranquilidad, ¿te parece bien, corazón?
Y por último, ya lo sabes. Arriba del todo estará el nudo humano.
Si aún con eso, te empapas, dime, corazón... ¿No será mejor entonces, que nos vayamos acostumbrando a vivir con este dolor?