Soledad se viste de rosas cada mañana.
Se acerca al Ayuntamiento y, cuando nadie la ve, arranca las rosas de los rosales.
Si cada flor que Soledad arrancase, acabara en la basura, su despoblación paulatina de los rosales estaría muy mal vista por los contribuyentes que son, al fin y al cabo, quienes las pagan.
Pero sin embargo, Soledad se viste de rosas. Se viste de rosas y se planta en el cementerio.
Y sin mediar palabra, sin compañía, pues Soledad está muy sola, regala sonrisas y se ofrece, con un cartel chiquitito, como ornamento fúnebre:
"Sé escuchar. Sus seres queridos ya no se sentirán solos"
Y cuando vuelve a su casa se quita las espinitas de las manos.
Y sonríe.
Sonríe porque, curiosamente, ya no están en su corazón.
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