dijous, de desembre 14, 2006

Pongamos que hablo de Madrid

El hombre del traje gris apareció con sus ojos grises y golpeó las ventanas. Sus nudillos anunciaban lluvias y no traíamos paraguas.
Los bostezos de las farolas impedían ver el sol pero no hay más Sol que el que ves ahora, dijo él.
Y tenía razón.
Cada uno se calentaba con su corazón autónomo, hacía frío en la ciudad de las oportunidades y el mío, recién exculpado, dejó de trabajar por cobrar el paro. Así de egoístas se vuelven los corazones tristes. Con su huelga agarré un resfriado.
El papel de báter irrita, dijo la princesa, y más tarde se puso su corona y bailó al ritmo del way em ci ei. ¡Es la ciudad de las oportunidades y de la ropa!, decía la princesa, mientras la barbi superestar buscaba otra copa. "¿Queréis algo de droga? Tengo la mejor farlopa..." Pero el Alcasenser nos mareó como una sopa, y no era bueno mezclar.
Barbi superestar murió de sobredosis y resucitó la otra noche, antes de la cena. Un cigarro no amarga a cualquiera y menos a las princesas.
El conductor suicida seguía a lo suyo, no quería mezclar cerveza con coca-cola, ni el agua con aceite. Porque las maderas se rompían a su paso y es que él es muy grande. Y sin embargo, a barbisuperestar, la ciudad de las oportunidades se le quedaba grande bajo las suelas de sus zapatos caladas por la lluvia.
¿Qué tal besas? ¿Por cuánto lo haces?
Y es que el amor en estos tiempos, que ya no es gratuito, no sabe de colores ni de trajes ni de sexos. "Si quieres te vienes a mi cama" y tras noches de lujuria, nos perdimos entre tanta gente y su bullicio, "ahí no entramos ni de coña" dijeron los chicos, y es que muchas veces si entras ya no sabes cómo salir.
Y es que la ciudad de las oportunidades los sábados tiene más marionetas que nunca buscando su oportunidad.
Y nosotros no lo sabíamos.