dimarts, d’agost 23, 2011

Vómitos XIV. Hablé de dormir.

Hace sueño. Tuve la tentación de llamar a mi antípoda – esa que vive en un lugar diametralmente opuesto al mío – y avisarla. Hoy va a hacer sueño, decirle, así que descansa tú que aún puedes. Estas son las cosas de cuando tengo sueño. Pienso en los husos horarios, que siempre se me antojaron como reflejos. Juego a un juego que se llama andreaenotrahora, así, todo junto, sin tónicas. Se trata de imaginar mi posible vida si viviera en otro lugar y en otro horario. Un espejismo de mi posible vida en Tokio, por ejemplo. Y entonces intento imaginar mis lagrimales segregando tristeza o alegría en una ciudad artificialmente iluminada y me divierto porque me parece inverosímil, algo imposible de creer cuando aquí es medio día. Ahora mismo, reflexiono, existen corazones golpeando en el mismo instante y sin embargo, si se detienen, sus dueños morirán en horas distintas. Mi reflexión se extiende a mí. Es fruto del ego que estoy macerando, supongo. Y me recuerdo la realidad: tú aquí; yo allí. Vivimos en otro espacio, me digo, pero al menos compartimos el tiempo y ahora vivimos a la vez. Sin contratiempos, ni descuentos ni prórrogas. Y esta diarrea mental me lleva al pobretoño, pobrecito, me entristezco, él que nunca había querido, él que no quiso jugar para no poder perder. Darse cuenta de que todo lo que te rodea jamás te perteneció. Que ha sido otro reflejo, otro espejismo. Querría decirle que todo se pasa. Que se arreglará y agarrarle la mandíbula y traerle hacia mis ojos para que consiga mirarme. Y decirle mira yo, mírame a mí. Todo pasa, ya verás. Pero la tristeza me revuelve el estómago y lo relleno con galletas para evitar vomitar palabras y sentimientos que duelan más. Y contra todo pronóstico, vomito una especie de diccionario, dulce, que consigue rellenar vacíos, pero que no palia el dolor. Cuanto vómito sin sentido. No sé si es que estamos despiertos o tal vez ya estemos dormidos.