Las manos muertas que ya no sujetan porque no tienen fuerza ni para acicalarse el pelo, ni para marcar el ritmo de la melodía del telediario, lo único variable en las tardes de sofá inmóvil, tan aburridas, con historias que ya no la entretienen y que no retiene, porque su mente ya no tiene fuerza, igual que sus manos, y todo se le escapa, también la vida porque todo se muere y más entre unas manos que ya no tienen fuerza ni para sujetar la alegría ni la muerte; ni siquiera la muerte.
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