Superar viejos traumas, de camino a casa
y la felicidad de cruzar el umbral
aunque la mesa, como siempre, aún esté por poner.
Tú estás serio porque tienes hambre,
no te lo pregunto: tienes hambre, afirmo
mientras interrogo al huevo solitario de la nevera
y al jengibre, que no sé para qué lo compramos.
Qué hago con vosotros.
En la calle suenan motos asfixiadas
y en el patio de luces, la vecina
últimamente ya no llora.
Será que superó la quimio, me dices
o el abandono del marido, pienso,
o los reproches de sus hijos,
o su baja autoestima que no le deja mirar a la cara
que no te deja ver
la tierra árida de sus ojos
donde ya no brota vida
pero tampoco muerte porque,
ya ves,
ni siquiera morirse puede.
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