dijous, d’agost 30, 2012

Bangkok

Caldo de pescado taponando cada uno de los poros que dejamos al descubierto en esta ciudad sin fin. Una hecatombe de vida, una inyección de "no hay tiempo que perder" y nosotros, tan perdidos. Podría acusar al vuelo - 28 horas en danza - o al jet-lag pero yo sé que no, que esta ciudad es lo que me parece desde el principio: un caos de cables de luz, de cazos con currys, de olores desconocidas y de chillones tuk-tuks. Prácticamente levitando, llegamos por casualidad (¿o fue causalidad?) a un antro que nos alojará durante dos noches. Pese a la luz de hospital que alumbra la habitación, no la sentimos fría ni neutra, más bien la sentimos hogar y así nos referimos a ella cada vez que salimos al caos. "Volvamos a casa", nos decimos, y regresamos allí, a la habitación de luz aséptica pero que ahora es nuestra casa, tranquila y calma, de una paz inexplicable enmedio de la ciudad. Y en la magnitud de la cama, contigo en la otra punta, casi en otra franja horaria, me da por pensar si no es este viaje una huida del futuro que no he creado y que se acerca tan rápido que no me queda otro remedio que correr en otra dirección, siempre contraria, y no parar nunca para que nunca me alcance.