Las salas de espera es el espectáculo de títeres de cuando eras pequeño. Un monigote con un palo, preguntándote ¿dónde está la bruja, que no la veo? ¡Ahí, detrás tuyo!, gritas desgarrándote la garganta. Pero el títere, que sospechas ya que es medio tonto, siempre se gira para el lado contrario. Así son las salas de espera. Siempre estás mirando hacia el lado opuesto al que debes dirigirte. Para no anticiparte. En mi caso, siempre miro hacia la ventana que encuadran los edificios perfectamente clónicos en los que cualquier tiempo pasado fue peor. Y ahí estás, tratando de evitar cruzar la mirada con el señor del bigote de delante, que busca tu redención. Deberías decirle algo, pero no hay empatía en las salas de espera. Acaso una leve sonrisa, un "estamos igual de jodidos", un "qué día el de hoy". Conversación de ascensor, pero sin huida posible. Las salas de espera siempre esconden cosas mejores. Quiero decir que nada es peor que esperar. A que te llamen, a que te operen, a que te digan que ya no te quieren. El señor del bigote sigue clavándote los ojos de cordero degollado. Y entonces te acuerdas de cuando te dijeron que la gente mayor ya está podrida; que ya ha podido hacer cosas malas. Y tú, señorita, sientes afecto por lo podrido. Así que te ves de repente, cual Jesus Christ, echándote a andar hacia la puerta por la que llegará lo esperado. Mirando cara a cara a la bruja, con el palo entre las manos. "Por fin te encontré", tres golpes secos y se acabó el espectáculo. The End. Y perdonas al señor del bigote, con la mirada. Les perdonas a todos que te ven dirigirte hacia la puerta. "Señores, se acabó esperar", te oyes decir a modo de superhéroe. "A partir de ahora, mando yo".
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada