dimarts, de gener 15, 2013

Tres te quieros

El día que aprendí la irreversibilidad jugaba con los pájaros en el balcón de Ana. Tendríamos ocho años. Quisimos abrirles la jaula para tocarlos y se escaparon volando. En ese momento supe que aquello era para siempre, que ya no volverían. Aprendí que existen caminos de ida, sin retorno. Que el cielo albergaba miles de pájaros que un día escaparon de una jaula de algún balcón a la que ya no volverían jamás. La irreversibilidad me dolía como nada lo había hecho hasta el momento y observaba amagos de irreversibilidad en cada acto, en cada palabra, en cada juego infantil. Con el tiempo aprendí a aceptarla y me atreví incluso a decir te quiero, pese a lo irreversible que eso es; pese a lo que cambian las cosas. He dicho cuatro te quieros en mi vida y solo sentí tres. Ya no temo a lo irreversible. Vivir ya es en sí un acto de irreversibilidad. Querer solo hace que sea menos triste.