dimecres, de maig 28, 2014

Desde que ya no me besas

Levantarme, buscar el interruptor a tientas, el electroshock en las retinas, el ruido del telediario matinal mientras me quema el café con leche que ya no me apetece pero me obligo a beber, como me obligo a peinarme, a ponerme las pestañas, los pómulos, la sonrisa. Y me miro desde el otro lado, con la cara buena, la de mentira, y me guiño un ojo y me mando un beso, y cuándo fue la última vez que me besaste, me interrogo, y qué distinto besarás ahora. Me siento en el coche, canturreando los viejos éxitos de un cantante decrépito que ya nadie recuerda y los camioneros deprimidos de la autopista, fumando de buena mañana, quizá escuchen lo mismo que yo, quizá por eso están tristes, o quizá sea, me digo, porque tampoco les besan. Pasa el día. Entre cadenas de mensajes, entre copias ocultas y toneladas de plástico, entre puñaladas de gente que no se quiere, gente a la que tampoco besan, afirmo, y por un momento parece que la empatía me consuela. Salgo a correr y lo hago en círculos, porque estoy perdida y tengo miedo de no saber volver ahora que sé que no vendrás a buscarme, que no notarás mi ausencia. Y llega la noche y me pongo las legañas para poder dormirme y ni por esas; son las dos de la mañana y no consigo arrancarte de mí y lo que es peor, de mis labios, tan marcados que no dejan que otras bocas encajen.