dimarts, de setembre 06, 2011

0609//6090. O el día en el que me derrumbé

Un teléfono me cuenta que dos más dos es matemáticas, que hay gente joven que sigue a la vieja pero se pierde, pero es culpa de otros, siempre son los otros, comento, pero el teléfono ya no contesta. Hay un televisor. Voces sin sentido, que si hoy saldrá el sol pero hará frío, que si ¡ja!, ¿qué te has creído? Luego una voz que me pide, escribe sobre esto aunque no tengas ni puta idea, que ¿qué es un rover? un robot galáctico, las estrellas galácticas, galaxias galácticas hechas de tus/mis/nuestros trozos. Qué grande es la vida, que si no somos nadie, que si blablabla, que si la vida era esto, que cómo puede ser que hace dos días te gustase el puré de patata y ya no, Andrea, hijamía, que no hay quien te entienda y ya hablamos luego. Dos tonos pero no cojes y yo te lo pido. Ese es mi código morse. Dos tonos. Llámame. Que me llames, que estoy llorando y quiero que me escuches al otro lado y que creas que tienes la culpa. Pero tranquila que no, no la tienes. La culpa es mía. Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa. Ya no soy atea. Que si igual es la regla, que igual estoy cansada, igual es la gripe que estoy incubando. Igual es el hecho de no tener casa, tal vez la incertidumbre, lo mismo es la cama, tan grande, tan fría. A lo mejor tu mensaje, colándose por el lagrimal derecho. Tan corto, tan simple. Igual es el mes que no cumples. O el indio de Toño, el de dar sin esperar nada a cambio. Igual es porque jamás seré india ni iré a la India.
O lo mismo es por el sueño de anoche, que no me dejó inventarme una vida sin ti.