divendres, de gener 25, 2013

Visitantes

Hay varias Andreas del pasado que vienen a visitarme. La de cinco años, con el pelo recién cortado como un chico, es la más enérgica. Aparece en los momentos más bajos, cuando no hay nada que me sustente, y me obliga a seguir nadando. La Andrea de diez es prepotente y sumamente maniática y cuando viene, me parece ajena, tan ajena que me cuesta creer que en algún momento espacio-temporal, haya podido ser yo. La de dieciséis aún cree en el amor y me anima a seguir creyendo, a seguir amando irracionalmente, como quise en su día, como quise por primera vez. La Andrea de veinte hace las cosas mal y lo único bueno que tiene es que, cuando aparece, me sirve de espejo sobre cómo no quiero ser; en qué no me quiero convertir; cómo no quiero querer, ni que me quieran. La de veintitrés viene desde Madrid y se queda largas temporadas. Con ella me reconcilio con los vivos y con los muertos. Esa Andrea me recuerda que soy finita e irreversible, y me duele como ninguna. La de la tranquilidad es la de veinticuatro. Es conformista y casi nunca viene ya. Es como si hubiera desaparecido de mí. Hace unos días despedí a la de cinco. Desconozco  en qué me estoy convirtiendo. Y ya no me asusta.

1 comentari:

Nur Ich ha dit...

Convirtámonos en monstruos y asustemos a la población... pero solo a quién se lo merezca ;)